Amor de candidato

Amor de candidato

Imagine la lectora que va caminando por las calles de su ciudad, de su pueblo, de su colonia, de su comunidad… en ese momento, una mano se coloca por detrás de su hombro, firme, pero a la vez delicada, pidiéndole que se detenga con la siguiente conversación:

“Señorita, siento molestarla… pero usted pasó delante de mí… y cuando la vi… ¡la encontré tan bella! ¡tan magnífica! que me dieron ganas de hablarle… ¿Quisiera saber si puedo inmortalizar este momento… besándola?”

Imagine por favor que esto que acaba de leer entrecomillado, no duró segundos, sino llévelo a un lapso de un mes o dos meses… sí, exactamente como lo que duraron las campañas para Gobernador y para diputados… ¿cuál sería su respuesta, entonces?

II

La conversación es tomada de una de mis canciones favoritas de Adanowsky, “Un sol con corazón”, pues el intro del video siempre me recuerda el papel de nuestros candidatos en campaña, tratando de enamorarnos, haciéndonos la corte, prometiendo cosas que para los corazones rotos, decepcionados, son incapaces de entender… a menos que les hagan la promesa precisa con las palabras correctas, para que entonces, vuelvan a sentir la pasión de un corazón enamorado y entonces, nuestro tenorio simplemente aplique la máxima ¿donjuanesca? ¿politiquesca? ¿o ambas? que es “prometer hasta meter; una vez metido, olvidar lo prometido”.

III

La promesa de un vestido blanco, de una casita y dos chilpayates es tan similar a obras, cárcel, justicia, seguridad, empleos… la mayoría de las promesas son iguales porque todas tienen el mismo objetivo… no importa quién lo diga, el asunto es cómo se diga, y por supuesto, a quién se lo diga, a qué hora y en dónde se lo diga. Quien sabe enamorar, sabe que no puede emplear la misma técnica para Chana que para Doña Pomposa; así es el candidato… no puede dar el mismo discurso al de Córdoba que al de Xalapa aunque en ambos, se pase del dicho, a la dicha; y del hecho, al lecho…

IV

Hay dos tipos de electores. El que vota a sabiendas de que ha de recibir un beneficio personal, particular, para sí; y el que vota de buena fe, porque cree en las palabras del candidato, porque ve en su cara un dejo de esperanza, de confianza, hasta de bondad… pero en estos dos tipos de electores hay una enorme coincidencia… su voto será por percepción… el primero, porque percibe algo a cambio; el segundo, porque percibe que el candidato “es el bueno”, aunque no perciba nada a cambio…

V

¿Se puede razonar el voto? ¡Claro! ¡Claro que se puede! El asunto es que se quiera… el asunto es que nos interese… el asunto es que nos mueva… hay quienes ondean las banderas contra la corrupción, contra la inseguridad, contra la impunidad y levantan voces… hay quienes ondean las banderas a favor del empleo, del cambio, de la certidumbre y generan esperanza… hay quienes ondean las banderas de la revolución, donde no haya apellidos ni los mismos partidos de siempre, y generan incertidumbre, pero no en sus seguidores, sino en los otros abanderados.

Pero al final, cuando todos y cada uno de nuestros candidatos nos hablan al oído, con ese aliento cálido que hace que desde la nuca hacia abajo se erice nuestra piel, más cuando nos susurran despacito: “¿Quisiera saber si puedo inmortalizar este momento… con un beso?”, hemos de ver este domingo, cuántos se aprietan su calzón y cuántos hemos de aflojar la prenda amada, que de seguro, será bien acogida por el candidato que la reciba… pero lo mejor es que la chispa del amor durará al menos dos años, pues habrá elecciones en 2017 y 2018, llenas de promesas, de esperanzas… ¡y de candidatos enamorándonos!

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