Javier Duarte y la comunicación fallida

Javier Duarte y la comunicación fallida

Vaya usted a saber qué le hicieron creer al gobernador Javier Duarte de Ochoa sus interesados voceros desde el comienzo de su gestión y cómo ha batallado contra sus propios demonios y su carácter efervescente pero, a poco más de un año de abandonar Palacio de Gobierno, su imagen se ha convertido prácticamente en una marca que, por más esfuerzos que realiza, no prende positivamente en el imaginario veracruzano.
Muy tardíamente ha optado por tener a su lado a un comunicólogo sin proyecto político ni económico quien ha tratado de recomponer ya no la imagen de Duarte sino la de su gobierno (como una interesante jugada de billar), pero el lastre de cuatro años con su nave encallada, al mando de inescrupulosos capitanes que se aprovecharon del cargo para fraguar sus fortunas personales o sus proyectos electorales, ha convertido en hazaña hacer que reflote.
Para colmo, la errónea conducción de la comunicación duartista no solo ha afectado al titular del Poder Ejecutivo, por lo menos en sus primeros cuatro años, sino que ha puesto en el ojo del huracán al mismísimo estado y, por añadidura, a sus habitantes. La imagen de la violencia desatada por todos los rumbos del estado inhibió el arribo de más inversiones, disminuyó el flujo de turistas y convirtió a la entidad, al menos en opinión de organizaciones civiles y activistas, en el lugar más peligroso del mundo para ejercer el periodismo.
En efecto, Veracruz se ha hecho célebre por el asesinato de periodistas, la persecución y amenazas de varios que tuvieron que emigrar, el encarcelamiento de Maruchi Bravo, acusada de “terrorismo”, y recientemente de Marijose Gamboa, pillada en un grave accidente vial que, de haber estado en vigencia el nuevo reglamento de tránsito, le habría valido una sentencia por delito grave. Por si fuera poco, los reporteros, fotógrafos y camarógrafos han sido víctimas de violencia proveniente lo mismo de la policía que de grupos civiles identificados con el gobierno.
¿Qué fue lo que generó tan graves escenarios en un estado famoso por formar a importantes comunicadores en el país?
Gina Domínguez, chantaje y represión
El fardo más pesado que sigue cargando Javier Duarte se llama Gina Domínguez, a quien mantiene en un puesto partidista (la presidencia de la Fundación Colosio) sin que tenga los más discretos atributos políticos ni intelectuales.
De simple reportera en un medio local, la ahora millonaria empresaria de medios supo acercarse al oído de Rosa Borunda, esposa del exgobernador Fidel Herrera, quien se la acomodó al entonces candidato a la gubernatura Javier Duarte de Ochoa.
Asumido el poder, Duarte no solo la colocó como coordinadora general de Comunicación Social sino, en su momento, la convirtió en vocera de su gobierno. Durante su desastrosa gestión, desapareció la comunicación gubernamental; a cambio, Gina Domínguez impuso un duro régimen de chantaje y represión que doblegó a los dueños de medios informativos, mal acostumbrados a recibir inenarrables sumas de dinero público a cambio de convertir sus periódicos, revistas, noticieros y portales en vulgares panegíricos del régimen.
Perdida su credibilidad y sus audiencias, la mayoría de los medios perdieron también el subsidio gubernamental, lo que los obligó a bajar la cerviz con tal de recibir algunos apoyos publicitarios.
Durante cuatro años, desapareció el periodismo en Veracruz. El ejercicio de la libertad de expresión se vio reducido a ciertos portales en internet, mientras que los periodistas eran censurados acremente y, en muchas ocasiones, despedidos fulminantemente a la voz de la que fue llamada vicegobernadora. Si a ello añadimos los numerosos asesinatos de periodistas, ya podemos imaginar el desierto en que se convirtió Veracruz en materia de comunicación.
¿Sirvió de algo este régimen de censura y represión? A no ser para que la titular de Comunicación Social fraguara negocios y se convirtiera en millonaria, el resultado para la imagen de Javier Duarte fue terrible, y no hubo nadie que le hiciera caer en la cuenta del grave daño que le infringía su propia vocera.
El régimen autoritario de Gina Domínguez también se cernió sobre los secretarios de despacho y demás funcionarios públicos estatales, a quienes impuso enlaces de comunicación que solo obedecían a la irascible ‘comunicadora’.
Lo peor es que Gina Domínguez centró todos los actos de gobierno en la figura del Gobernador del Estado, dejando fuera de la agenda aquellos temas positivos que pudieron desviar la atención de los escándalos cotidianos. Y, entonces, o aparecía ella ante los medios nacionales para explicar los numerosos temas escabrosos que atraían la mirada inquisitorial de los medios nacionales, o dejaba con toda la carga negativa de la crítica local al mismísimo Duarte.
Lo que pasó en realidad es que los problemas de gobierno (seguridad pública, salud, educación, etc.) los convirtió en problemas de comunicación social, desplazando así la actuación de los funcionarios de gabinete y erigiéndose como una asesora insustituible; paradójicamente, ella construyó su propia debilidad.
El dulce e inútil pasó del Cisne
Una vez que la situación mediática local, nacional e internacional se volvió incorregible e insostenible, Javier Duarte optó por separar a Gina Domínguez para incorporar a Alberto Silva Ramos (quien había pedido licencia a la alcaldía de Tuxpan para ser secretario de Desarrollo Social), un político terso, dialogante, negociador, que buscó despresurizar el doble desencanto de los empresarios mediáticos, atribulados por el desdén institucional y la falta de pagos.
Pero el famoso Cisne solo logró una tregua. Su máxima preocupación nunca fue salvar la imagen de su jefe sino apuntalar su futura candidatura a la diputación federal por Tuxpan que, por otra parte, le diera tamaños para aspirar a la candidatura priista a la gubernatura. Con él, las enormes deudas con les medios no amainaron (no hay dinero en la caja fuerte del gobierno estatal) e, incluso, se multiplicaron.
Eso sí, aseguró la futura difusión de su campaña en los medios regionales del norte del estado, pero los demás vieron crecer el altero de facturas incobrables que hoy deben merecer una rápida renegociación para evitar la quiebra.
De lo perdido lo que aparezca
En el último tramo de su gestión, y una vez que el Cisne se fue de campaña a Tuxpan, el gobernador Javier Duarte nombró a Juan Octavio Pavón González, quien se desempeñaba como director de RTV, como coordinador general de Comunicación Social, con una tarea que podría considerarse como: recuperar la imagen del gobierno duartista y resolver el caos financiero.
A falta de dinero para pagar las irracionales deudas contraídas por sus antecesores, el nuevo vocero ha debido aplicar una profunda reingeniería, por la que ha pasado la evaluación dura y sin contemplaciones de las audiencias de los medios para elegir aquellos con los que conviene enviar los mensajes oficiales.
Le ayuda que, a diferencia de todos los demás funcionarios públicos (incluidos sus antecesores), no tiene un proyecto político qué fraguar aprovechando su puesto de cercanía con los medios de comunicación, o el balcón que significa ostentar un puesto público. Hasta ahora no faltan críticas sobre su apatía por reunirse con representantes de los medios o el desinterés por influir en sus contenidos; sin embargo, su falta de experiencia también lo ha puesto a salvo de vicios e inercias que distinguen al gremio.
A diferencia de los anteriores voceros, su labor se ha orientado a resaltar los hechos positivos del gobierno del estado (que los hay) y ha evitado provocar conflagraciones mediáticas que beneficien a uno u otro compañero de gabinete, lo que ha sucedido durante toda la gestión duartista.
En efecto, a los graves defectos en materia de imagen política que ha caracterizado al gobierno de Javier Duarte, se ha sumado durante toda su gestión la inexistencia de un solo proyecto político comandado por él. Todos sus funcionarios, desde secretarios hasta directores, oficiales mayores y coordinadores, se han enfrascado en proyectos políticos y personales, que cuidan con enorme cinismo, evitando los efectos negativos que les pudiera crear atender los conflictos sociales que han prodigado a lo largo de este sexenio.
Los logros gubernamentales tratan de agenciárselos, mientras que los errores, las pifias, las omisiones, los conflictos y las confrontaciones políticas y sociales  las han evadido, dejando solo al gobernador Javier Duarte.
Ello ha llevado también a generar tantas agendas mediáticas como oficinas de gobierno hay, a menudear las patadas debajo de la mesa que se ceban en los medios informativos afines, a la rebatinga de logros, a la generación de versiones periodísticas dispares, dejando en entredicho la existencia de una política de comunicación social unificada.
Tal es el reto de Juan Octavio Pavón González pero, fundamentalmente, de un gobernador que ya debería estar preocupado por la comunicación institucional porque faltan pocos meses para salir y, como está, difícilmente tendrá más destino político.
 
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