Somos el hazmerreír en el mundo

Somos el hazmerreír en el mundo

A nivel global, Veracruz es sinónimo de república bananera. Poco faltó para que Javier Duarte pensara en armar su propio ejército e imponer una dictadura, a cargo de un partido fidelista.
Su desquiciada carrera por convertirse raudamente en multimillonario a costa del dinero público nunca tuvo freno y, de no ser porque actuó como un imbécil al creer que tenía a Peña Nieto de los cojones, hoy estaría a punto de dejar el poder a un Héctor Yunes Landa, que le dejaría impune en medio de su inenarrable vocación por el robo y el despilfarro.
Los principales periódicos del mundo han volteado su mirada hacia México y han calificado al país con base en el comportamiento icónico del exgobernador de Veracruz.
Aunque The New York Times ha visto la orden de aprehensión contra Duarte como una posible señal de que la lucha contra la corrupción puede ir en serio, el diario español El País ve a Duarte y sus colegas de Chihuahua y Quintana Roo como los sepultureros de las promesas de renovación hechas por Enrique Peña Nieto.
En sentido estricto, el diario neoyorkino –uno de los más influyentes en los Estados Unidos– pregunta si el caso Duarte puede ser considerado un punto de inflexión y convertirse en el primero de muchos procesos judiciales destinados a abordar seriamente la corrupción o si simplemente es una válvula de escape para la presión del público.
Y describe: “Decenas de millones de dólares destinados a programas sociales fueron desviados a empresas fantasma. Las personas mayores se han empobrecido por el saqueo de los fondos de pensiones del estado (…), la principal universidad del estado fue despojada de gran parte de su presupuesto, y todo el tiempo, Veracruz estuvo plagado por la violencia, incluyendo el asesinato de 17 periodistas, según cifras compiladas por un comité especial del Estado”.
El periodista señala que para los mexicanos es más común observar a funcionarios públicos acumulando fortunas inexplicables,  que siendo llamados a rendir cuentas, y se pregunta si el caso Duarte puede tratarse de un punto de inflexión. “¿Va a ser el primero de muchos procesos judiciales destinados a abordar seriamente la corrupción, o simplemente una especie de válvula de escape para la presión del público?”.
El País consulta al escritor y periodista Sergio González, quien señala que el error de Peña Nieto ha sido gestionar el ‘caso Duarte’ en función del coste político que implicaba. Según González “Los escándalos de corrupción han sido tratados como un problema de manejo de crisis o control de riesgos. En ningún momento Peña Nieto ni su gobierno han mostrado ni una ética ni ejemplaridad auténtica frente a los abusos”.
Menciona incluso al jerarca católico en nuestra ciudad. “Para Hipólito Reyes, arzobispo de Xalapa, capital de Veracruz, la corrupción comienza en los congresos locales, donde el rodillo de las mayorías impide la fiscalización. Durante los últimos años el obispo ha denunciado los excesos de Duarte, entre ellas la muerte de más de una decena de comunicadores y la quiebra económica en la que está sumida el estado. “De los 212 ayuntamientos de Veracruz, al menos 50 de ellos han pedido que los recursos lleguen directamente de la federación y que no pasen por las manos del gobierno de Veracruz” revela.”
Su visión sobre la torpeza del presidente mexicano es dura, aunque merecida luego de permitirle a Duarte todo género de delitos, de los que siempre tuvo conocimiento:
“Tocado por los escándalos propios y ajenos, Peña Nieto ha perdido la iniciativa política y es un boxeador que encara los dos últimos años de su gobierno arrinconado en la esquina del cuadrilátero. La fuga esta semana de Duarte a la vista de todos supone uno de los momentos más bochornosos de su gobierno. De cómo encare el desafío que tiene delante, depende gran parte de su legado ético. Los analistas consultados, sin embargo, son escépticos.”
 
EL RECREO
 
A quien le gusta el chicharrón, con ver al puerco se alegra.
 
¿Quién nos puso en manos de un sociópata?
 
De la larga pesadilla, Fidel Herrera Beltrán tiene toda la culpa. Mientras le tocó saquearnos, supo ponerlo a favor de su latrocinio y lo eligió para que le cuidara las espaldas. Poco le importó a este cretino de baja estofa dejarnos al peor roedor de los de su cuadra que, desde el inicio de su gobierno, robó a manos llenas y despilfarró en lujos el poco dinero de los veracruzanos.
Muchos analistas han hecho algunos ejercicios para imaginar qué hubiera pasado con Veracruz si en lugar de este desquiciado hubiera optado por otra de sus monedas, ya sea Érick Lagos Hernández o, incluso, Jorge Carvallo Delfín, y todos coinciden en que la situación no habría llegado a los extremos en que lo hemos padecido.
Aunque considerados de la misma casta y gustar de disponer abundantemente de los fondos públicos, lo cierto es que ninguno de ellos hubiera tenido destellos de suicidio político; lo que hizo Duarte escapa a toda norma, incluso a aquellas no escritas que establecen el comportamiento de la corrupción en el sistema político mexicano. Pero es que Duarte se llevó cuanto pudo desde que pisó por primera vez su oficina en Palacio de Gobierno.
En efecto, Fidel nos dejó a un sociópata. Duarte de Ochoa es de esos mentirosos que nunca dejan ver sus pensamientos y emociones. Con una alta autoestima, siempre se pensó como alguien grandioso, sin ninguna reserva en pasar por encima de los demás y, como todo sociópata, siempre supo obtener lo que quiso, mintiendo y manipulando.
Su trastorno psíquico, sin embargo, lo ha llevado cerca del cadalso. Los sociópatas suelen tener comportamientos riesgosos, ser irresponsables e impulsivos, y pueden perfectamente transformarse en criminales. No solo fue mentiroso con los demás; también lo fue consigo mismo y se creyó a pie juntillas. Y en su afán de riqueza no estuvo solo; tuvo de lado y lado familiares que lo impulsaron siempre a ir más lejos: tanto del lado de los Duarte de Ochoa como de los Macías Tubilla.
Lo que hemos ido conociendo con base en lo señalado en la prensa nacional, gracias a las denuncias presentadas por la PGR, solo corrobora lo que hemos ido sospechando y, en nuestro caso, señalando en nuestros comentarios periodísticos.
El tamaño del saqueo ha sido descomunal, nunca tuvo el cuidado de protegerlo con mecanismos más intrincados como lo hizo en su momento Fidel Herrera, hizo participar a toda su familia directa y política, hoy implicada en presentes y futuras persecuciones judiciales; no aseguró que su sucesor estuviera obligado a cuidarle las espaldas y, lo que es peor, se confrontó ridículamente con su jefe político, Enrique Peña Nieto, y con su partido.
Lo terrible es que el Presidente de la República, conociendo los abominables desfalcos, haya dejado solos a los veracruzanos. Y ya no hablemos de los niveles de violencia e inseguridad a que fuimos sometidos.
 
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