Lic… Ya son tres años de su partida y aquí seguimos “pedaleándole”.
En los últimos meses nos asomamos al Gobierno, así como usted anduvo por esos Pasillos del Poder. Aunque me tocó un edificio feo, sin chiste, grisáceo y burocrático, allá por el rumbo del Guízar original; ese que siempre saludaba cuando pasaba por el rumbo y le gritaba con cariño: “¡Adiós, amigo!”.
Tenía razón: aprendí mucho y estaré siempre agradecido. Se toman decisiones diferentes. No es lo mismo ser borracho que ser cantinero. Fue una gran experiencia, porque también me tocó ver en primera fila el derrumbe de un gobernador y la transición que irremediablemente iba a llegar. Eso sí se lo puedo presumir: estuve en una etapa histórica de la política en Veracruz.
El año pasado fuimos a Cuba dos veces. Sí, con su amigo Betogato. También nos tocó vivir más historia: el primer –y quizás último– concierto de los Rolling Stones y las exequias de Fidel Castro, del que alguna vez me dijo que fue cabrón porque se instaló en el poder y se chingó a todos.
Me hubiera gustado traerle algo de la isla. Contarle todo lo que vi: las nalgotas de las hermosas cubanas, la música, los colores, la política que tienen prohibida platicar con los extranjeros, la manera de vivir de la isla… Porque si algo sabía usted era escuchar y reírse de las narrativas chuscas y mal armadas de Pablo Jair.
Le hubiera traído unos cigarros de por allá, pero sé que le era leal a los Marlboro y rara vez fumaba otra marca. A lo mejor lo estaría castrando a cada rato diciéndole con tono cubano: “Comandante en Jefe, ordene”.
Historias. Siempre le gustaban a usted las historias. Vengo a escribirle desde el más acá estas pequeñas, porque sé que era adicto a ellas. Adicto a las narraciones y a todo lo que pudiera ser registrado en ese disco duro de pinchemil yottabytes que tenía por cerebro.
Le gustaban los detalles: a tener más presente las peculiaridades que lo común. Por eso creo que usted veía la vida de manera diferente: sencilla, práctica; tan bella por el montón de placeres simples como ver el agua correr por las paredes o simplemente sentarse a leer (exprimir) un periódico.
Por cierto, le platico el chisme por aquí porque sé que ya no puedo llamarle por teléfono a cada rato: todavía no fallece el peluquero al que se le murió su hermano, pero el changarro lo está cerrando. Ya no abre la cortina y el local lo tiene vacío, casi sin muebles, como esperando lo inevitable.
Sé también que mucha gente lo echa de menos: “Cómo hace falta el maestro Vázquez Chagoya”… No pocos lo dicen. Por algo será.
Aquí un párrafo parafraseado para cerrar, patrón:
“Si se me permitiera regresar el tiempo (viajar realmente en la TARDIS, por ejemplo) y tenerle de nuevo en persona, le daría un largo abrazo; le daría las gracias por todo: por las palabras, por las enseñanzas. Le pediría que no se marchara, pero sé que no está en mis manos. Mientras le recordaré en cada taza de café; en cada cigarro; en cada consejo”.
Don César, ya son 3 años. Se le sigue extrañando mucho.
EPÍLOGO: Gracias por el desbloqueo. Tú sabes quién eres.