“¡Es que las mujeres también…!”

“¡Es que las mujeres también…!”

Cecilia Muñoz
Polisemia
Hace un par de días cierta página feminista a la que sigo compartía la escalera de violencia en las relaciones de pareja. Ésta estaba dirigida a ambos géneros, pero enfocada en la violencia ejercida sobre la mujer. Creo que para muchos podría resultar evidente que esta gráfica propone un ejercicio de reflexión sobre la vida romántica monógama y la manera en que influye en nuestra autonomía y autoestima como mujeres, pero también sobre cómo los hombres conciben la dinámica afectiva de las relaciones heterosexuales.
Lamentablemente, para otros tantos el ejercicio de reflexión no es tan evidente. No importa que los periódicos reporten un aumento de la violencia de género entre las parejas adolescentes, que las cifras de feminicidios aumenten día con día o siquiera la existencia de programas como “Mujer, casos de la vida real”… No, para estas personas, sin importar si son hombres o mujeres, este tipo de trabajos resulta incompleto o hasta inútil y lo dan a conocer siempre con la misma exclamación: “¡Es que las mujeres también…!”.
“¿Y qué pasa cuando las mujeres toman ciertas actitudes?”, cuestionaba en un comentario un joven. Una pregunta cuya validez no puedo negar, pero sí señalar su pertinencia debido a una realidad siempre dicha y siempre cuestionada: vivimos en una sociedad donde la desigualdad entre hombres y mujeres es evidente. O más bien: una sociedad en donde los valores, las costumbres y los arquetipos favorecen al varón capaz de autodenominarse y presentarse ante otros como un “hombre”. Una sociedad donde la primera diferente es la mujer, el ser contrario al hombre que viene a complementarlo y a cuidarlo. Y para ello ha de adquirir costumbres y habilidades propias, generalmente supuestamente instintivas.
La escalera de la violencia en la pareja, así como cualquier otro trabajo similar, constituye un esfuerzo por visibilizar las formas de violencia que dañan a las mujeres ante una realidad poco amable con nosotras. Porque si bien una puede surgir de un núcleo familiar equitativo y amoroso, una vez dado el paso en el exterior el mundo se viene encima. No hace falta más que salir a la calle, encender el televisor o leer el último best seller romántico; todos espacios en donde el ser femenino se norma a partir de reglas y estereotipos poco propicios para su desarrollo como individuo.
Ahora bien, en una relación —gobierno de dos, aunque haya quien lo quiera de uno— no importa cuán dulce y amable pueda parecer nuestra pareja: no podemos olvidar que seguramente es un hombre criado como tal. Es decir: un ser humano que se desarrolló en un entorno que lo anima a tomar el control y a ejercer toda prerrogativa para sostener su papel en la sociedad y en sus relaciones románticas. Y si bien ésta es una descripción general que no contempla lo que hace de cada quien un individuo, no podemos negar su presencia en nuestra vida diaria.
Querido lector: si usted se asume hombre y ve la escalera de la violencia en la pareja, no exclame “¡es que las mujeres también agreden/maltratan/lesionan/manipulan!”. No hay necesidad de reaccionar como si lo estuvieran atacando. ¿Por qué tendría que hacerlo? Como ya he dicho, esto más bien se trata de un ejercicio de análisis en el que debería ser capaz de ser honesto consigo mismo si llega a reconocerse en ciertas actitudes tóxicas y tomar las medidas necesarias para evitarlas en lo sucesivo.
Y querida lectora: la escalera de la violencia y cualquier símil no hace referencia a su hermano ni a su padre ni a su pareja ni a su mejor amigo y mucho menos a su relación romántica. Es tan solo un esfuerzo más en una lucha contra las mentalidades más dañinas contra las mujeres. Quizás usted sea feliz, escuchada, valorada, apreciada y bien tratada por todo varón de su entorno. ¡Suerte la suya! Pero no olvide a su hermana, esa que es su compañera de oficina o su amiga felizmente infeliz con su tormentosa pero apasionada relación. Quizás ellas la necesiten.
Pero no nos quedemos tan solo en la escalera de la violencia. Pensemos en cualquier otra actividad que tenga como fin visibilizar las formas de violencia hacia la mujer. ¿Hace realmente falta negar que éstas existen argumentando que las féminas también son capaces de ejercer —y la ejercen, de hecho— violencia sobre sus parejas hombres? ¿Es verdaderamente necesario hacerlo en un mundo donde frecuentemente los testimonios femeninos son cuestionados, minimizados, negados e infravalorados?
Por supuesto, no podemos negar que en las relaciones entre hombres y mujeres éstos pueden llegar a ser los agredidos. Pero ésta en una violencia que ha de ser analizada y hablada en espacios propios, en los cuales se anime a los hombres a aceptarse como seres potencialmente vulnerables ante otros individuos, en donde además se les anime a cuestionar la masculinidad tradicional y a crear lazos de fraternidad que los ayuden a solucionar los conflictos entre ambos géneros mediante el verdadero diálogo. Quien quiera emprender esa iniciativa, ¡adelante! Pero no lo haga con el fin de negar la realidad que muchas mujeres viven o están en riesgo de vivir. Recuerde: “No todos los hombres son violentos, pero todas las mujeres han sufrido una agresión por parte de un hombre alguna vez”.
 
 
Correo: polisemia@outlook.es
 

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