Ay, Javier, ¿es que nunca nadie te dijo que el que mucho abarca poco aprieta?

Ay, Javier, ¿es que nunca nadie te dijo que el que mucho abarca poco aprieta?

Por: Cecicia Muñoz.|
Polisemia.|
Los registros hacen de ti un caso paradigmático: niño trabajador en el negocio familiar, huérfano de padre… ¿Cómo no imaginarte como un soñador? Un pequeñuelo que al amasar el pan de su tienda, aprovechaba el silencio de la actividad para soñar con un futuro brillante… Un pequeñuelo que se limpiaba el sudor de la frente, provocado por el calor de los hornos de la panadería, e imaginaba el día en que el sudor sería solo de arduo pensamiento. Ya de pequeño amasabas, entonces pan, hoy una fortuna.
¿Cuándo fue que la peste negra de la avaricia se te metió en las entrañas? ¿Realmente fue durante tus primeros años, al calor de los hornos, o al caminar entre las calles de una ciudad de eternas lluvias? ¿Quizás un día, cuando extendiste un paraguas te presentiste más grande que la circunstancia de tu presente y anheloso de un futuro glorioso? ¿O fue en aquella universidad privada donde -dicen- conquistaste a esa niña bien, a pesar del presunto desagrado de sus padres?
Un día cruzaste el océano. Probablemente viste tras la ventanilla del avión el tamaño del mundo y sentiste esa explosión de vida que sienten los que se van a llenarse los ojos de aventura. Fuiste con ella, con la niña bien que muchos años después nos deleitaría durante largo tiempo con sus memorias acerca de esos días. Gracias a ella, supimos que un pequeño piso para dos que se aman, y que tienen el futuro por delante, basta y sobra, junto con una mesita para compartir el café y los estudios.
Qué bonito, ¿verdad? Sin embargo, dime, ¿fue ahí cuando tu alma empezó a adherirse al polvo de las cosas? ¿A lo mejor entre desvelos y caminatas de turista una noche te imaginaste llegando con ella a otro sitio, ahí mismo, pero diferente a aquel piso de estudiante, para decirle: “Mira, cari, todo nuestro”?
En tu tierra, donde vive la gente que ha respirado las mismas pesadillas que tú, hay quienes tienen su propia mesa de café y estudios, ante la que se sientan y sacan unos cuantos billetes -si bien les va-, un calendario y una calculadora. Hacen cuentas, calculan comidas, transportes, servicios… y ruegan porque nadie se les enferme. Tú no quisiste ser como ellos. Pero parece ser que nunca te enteraste de que para eso no era necesario servirte de sus penas.
Ay, Javier. La avaricia es un pecado capital. Quizás antes de tenderle la manita a la Iglesia, debiste ir a una capilla a confesarte, igual y alguien te daba el sopetón que tanto te hacía falta… Pero tal vez ya era demasiado tarde. A lo mejor ya no distinguías entre ella y la ambición, pues hiciste de la prosperidad una grosería. Y ahora, con tal peste entre las venas, ¿qué eres? ¿Dónde estás? ¿Y cuál es tu lamento: la desaparición de ti o la pérdida de tu propia carne?
Correo: polisemia@outlook.es
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