Dejaba el escritorio… avanzaba dos, cuatro, seis pasos y de repente ¡zas! simplemente olvidaba a dónde iba, con quién iba, o qué iba a hacer. Tenía que regresar al escritorio a buscar un indicio que me diera una pequeña luz ante el apagón sufrido.
Parece descuido, mucha tarea, estrés, no sé… para mí era una especie de falta de ejercicio de memoria… sentía que perdía la capacidad de retener y recuperar información. Decidí entonces hacer dos tipos de entrenamiento o ejercicio: escribir al menos cinco veces a la semana una columna de opinión y evitar al máximo la grabadora, para dar paso a una libreta de apuntes y de ese modo, a partir de una palabra escrita, generar las ideas de con quien había platicado y volver a vivir el momento.
De cierto modo, reflejaba el miedo que tengo a sufrir un apagón cerebral que no sólo se quede en olvidar qué iba a hacer, sino mis cosas más elementales, como comer o ir al baño.
Y ese miedo crece cuando veo a la Mujer y le digo que a veces creo que estoy en un sueño y temo que cuando parpadee, ella desaparezca y toda ella, todo con ella, todo por ella, haya sido sólo producto de un chispazo de mi imaginación… o alucinación.
Acabamos de pasar por uno de los episodios más pesados que como pareja, la Mujer y yo hayamos vivido: ver cómo el cáncer consumía a su padre día con día.
Confinado por varios meses a una cama, con medio cuerpo inmóvil, sin poder comunicarse más que con una leve sonrisa, con llanto, con el ceño fruncido, con un constante No a todo a todas las preguntas con un ligero movimiento de cabeza.
De plano, yo evitaba subir a su recámara porque se bifurcaban mis sentimientos: rechazaba ver a Amador así, cuando lo conocí fuerte, activo, en la delgada línea entre gruñón y de buen humor; o tenía miedo a verme un día así, sin poder decidir por mí lo más elemental… o ambas cosas.
Horas antes de su fallecimiento lo vi, tomé su mano, platiqué con él y me despedí…
Hago cálculos… asumo que si sigo con mis ejercicios mentales y cuido un poco-mucho mi condición física y alimento, tendré aún una vida útil por 25 años más… ¿y después?
Hay una broma que le hago a la Mujer y a veces a mi hija… cuando empiece a hacer idioteces, pásenme una pistola para que me dé un tiro… ¿parece cruel? Sí, pero la verdad, le temo a ese apagón, le temo a mi deterioro…
Creo que en la Ciudad de México la Ley de Voluntad Anticipada ya es una realidad… en Veracruz no, gracias a Javier Duarte de Ochoa, al promulgar una Ley que llamaron de varias formas: Ley Anti Aborto, Ley Sí a la Vida y no recuerdo qué otro nombre le endilgaron, que en su esencia, decía así: “El Estado garantizará el Derecho a la vida del ser humano, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, como valor primordial que sustenta el ejercicio de los demás derechos; salvo las excepciones previstas en las leyes”.
Con ello, le decía “Adiós” a la pistola bajo el temor de que aparte del suicidio, violara el artículo 4º Constitucional de Veracruz, el que reformó Duarte.
Todo esto viene a cuento porque me encuentro con unas líneas que me animan: “Se promoverá en todo el territorio la ley de voluntad anticipada en todas las entidades federativas que aún no cuenten con ella. Se promoverán reformas en los códigos civiles para consagrar el derecho a una muerte digna”… palabras de Olga Sánchez Cordero, citada para secretaria de Gobernación en el Gobierno de López Obrador.
Quizás para muchos les asalte o incomode el hecho de que esta noticia me anime, pero me queda claro que de un momento a otro, el destino puede asumir un «Hasta aquí» ¡y listo! Aunque lo que más ruego es que si eso ocurre, no sea cuando esté cagando (ése es otro de mis miedos: morir cagando); mas si no es así, tengo el deseo de partir cuando tenga todavía la chispa de decidirlo, y no en el apagón…
Mientras, la pretensión de la señora Sánchez Cordero espero se haga realidad. Si se pugna por tener vida digna, que se pugne por tener una muerte digna.