El mandil ya es visto como una prenda que usaban las «abuelitas», pero su significado es más que un pedazo de tela
El delantal o mandil, prenda que se pasa por el cuello y ata en la cintura, está en extinción entre las amas de casa del valle de Orizaba. Lo usaban las abuelas. Es un símbolo de amor y calor.
“Hoy, las modistas reinventaron el delantal con caras de Frida y otras artistas, aunque lo usan personas de sesenta y más, las mujeres jóvenes ya no”, dijo Luis Bautista Luna, coordinador de cultura en la ciudad.
Agregó que el mandil lo usan meseras y cocineras de restaurantes, pero solo durante la jornada laboral. “Ya en los hogares pocas amas de casa usan mandil, es la abuela quien lo conserva mientras cocina”, resaltó.
“Cuántos recuerdos llegan como remolino, de las veces que mi abuela me consentía con lo mejor de la gastronomía de Orizaba: frijoles refritos con queso y tortillas de mano calientitas hechas en el fogón y bracero de carbón”, expresa Emilio Díaz, profesor pensionado.
Recuerda a su abuela como una súper heroína, pues una de sus prendas diarias era el mandil, que él veía como una capa que no se quitaba mientras se paseaba en la cocina, sala o comedor. “Su voz la recuerdo perfectamente, me despertaba para llamarme a desayunar”.
La abuela Marielena, que se convirtió en cabeza principal de la familia, usaba el delantal de cuadros multicolores para protegerse mientras cocinaba los ricos guisos, o lavaba los trastes sucios, después del desayuno, comida o cena.
Cuando iba a quitar la cazuela del bracero utilizaba el mandil como manoplas, para colocarlo en la mesa, también lo usaba para limpiar salsa derramada.
Ya son pocas madres de familias que portan el delantal para ir de compras al mercado o ir por los nietos a la escuela.
“Cómo recuerdo que marcaba horarios en el hogar, porque cuando llegaba con mi mamá, papá y hermanos, el delantal ya se encontraba colgado en una silla, lo que indicaba la hora de dormir”, recordó el profesor Emilio.
Otras tantas veces, agregó, se cayó y raspó rodillas o codos; “ahí estaba mi abuela para secar las lágrimas y la sangre. Fue mi enfermera, consejera, y segunda madre”.
Los domingos eran de fiesta, agregó, porque la jefa y guía en el hogar sacaba unos pesos de la bolsa del mandil, que le entregaba sonriente para que fuera con sus hermanos a la tienda de la esquina a comprar caramelos de anís, menta y fresa.
“Ya adolescente y joven encontré en el delantal de mi abuela, el refugio seguro cuando me dejaba la novia. Para los que hoy somos abuelos lo recordamos como símbolo de cuidado y amor”.
Con información de: Diario de Xalapa