Bermúdez: mitos y leyendas

Bermúdez: mitos y leyendas

Por fin, se fue Arturo Bermúdez Zurita de la titularidad de la Secretaría de Seguridad Pública. Pero se fue ya muy tarde, cuando se debió haber ido desde hace mucho tiempo, antes de que le hiciera tanto daño a Veracruz. Y no basta con que se haya ido, sino que sea juzgado por todas las tropelías cometidas.
Inició su carrera política en el estado desde la época de Miguel Alemán Velazco. Arturo fue colaborador de Sergio Maya Alemán, aquel sobrino que tanto poder tuvo en la subsecretaría de Finanzas y Administración de Sefiplan.
Luego, en el fidelato, Arturo fue titular del Centro Estatal de Control, Comando, Comunicaciones y Cómputo, mejor conocido como el C4.
Desde el C4, Bermúdez se especializó en las malas artes del espionaje político. Le hizo muchos trabajos especiales al entonces candidato a gobernador Javier Duarte, quien a la postre lo convirtió primero en Subsecretario de Seguridad Pública y luego, con la renuncia de Sergio López Esquer, Arturo ascendió a secretario.
López Esquer fue el secretario que salió por piernas luego de que unos sicarios le mataran a algunos de sus escoltas. Casi de manera simultánea, los malosos balearon la residencia de López Esquer ubicada por la zona de El conchal.
Cabe destacar que en la refriega, uno de los guardias de Esquer fue fácilmente acribillado porque en la huida, el obeso y corpulento sujeto se quedó atorado entre los asientos de la camioneta y no pudo escapar. “Siempre le dijimos que se pusiera a dieta y nunca nos hizo caso”, confió alguna vez Bermúdez a un grupo de columnistas.
De Bermúdez Zurita se contaban muchas historias, pero él y sus más allegados siempre lo negaron. Se decía, por ejemplo, que él hacía el trabajo sucio de espiar a periodistas y políticos de oposición, que mandaba a silenciar a los enemigos de Duarte, que mandaba a saquear casas de comunicadores o actores de la política incómodos, que armaba operativos en épocas de elecciones para detener camionetas con votantes de la oposición, etc…etc… Pero nada de eso se pudo comprobar. Sólo fueron señalamientos que comedidamente se encargaba Bermúdez de desmentir.
Se decía además, que Duarte no removía a Bermúdez de su cargo, porque le debía la vida, la suya y la de sus hijos. Como cuando en dos ocasiones un comando armando intentó secuestrar a los hijos de Javier, allá por el rumbo de Las hayas, en Coatepec. Incluso, en uno de esos episodios, Arturo tuvo que suspender su comparecencia en el Congreso local para encabezar el operativo.
Al egresado de West Point le gustaba la acción. Él mismo iba a la cabeza en las persecuciones. Como cuando un joven ladrón que intentó asaltar una zapatería de la calle Independencia. El delincuente corrió, abordó un autobús, se internó en el panteón de Palo Verde. Y como el asunto le interesaba a un “influyente”, Bermúdez entró al cementerio y –dicen, a nosotros no nos consta— habría empuñado el arma. Un disparo, dos tal vez. Y el transgresor de la ley cayó.
Circularon presuntos mitos. “Él personalmente ejecuta a los enemigos del duartismo”, susurraban. Tal vez puras leyendas urbanas. O quien sabe.
Otro episodio. Coatepec. Bermúdez ya le había dicho a Juanelo, el entonces, alcalde, que tenía laborando a puro malandro como policías. Roberto Pérez no hizo caso. Meses después, ocurrió el cruento asesinato del tesorero Guillermo Pozos Rivera. Semanas después, cuentan que uniformados levantaron al Comandante Novoa. Hay quienes aseguran que lo entregaron a los malosos y hasta el momento nada se sabe del ex jefe policiaco.
Se fue Bermúdez. El mismo que –según refieren fuentes del Cuartel de San José—por poco lo levantan los facinerosos, a unos días de haber asumido la titularidad de la SSP. Lázaro Cárdenas. Frente a Plaza Urban. Xalapa. Altas horas de la noche, casi la madrugada. Un comando armado se le atraviesa a Bermúdez. Lo salva un valiente escolta que empuña una bazuca, de esas que pueden despanzurrar un tanque del Ejército. Los malos huyen.
Se fue Bermúdez. El que aguantó muchos vendavales, como el de los jóvenes de Tierra Blanca “levantados” por policías. En esa ocasión, ante las presiones, Javier Duarte tuvo que dar un manotazo sobre la mesa. En reunión con colaboradores, sorprendió a todos cuando Duarte espetó: “¡Arturo no se va, que les quede muy claro!”. Y hay otras versiones. Que el mandatario habría agregado: “es más fácil que me vaya yo, a que se vaya él”.
Hoy todo ha cambiado. El mismo Javier declaró este jueves a reporteros que no está dispuesto a meter las manos al fuego por él.
Se fue Bermúdez. El mismo que desde hace años –y nos consta—ya tenía muchas empresas, de diversos giros: de seguridad privada, hoteles, restaurantes, gimnasios, etc.
Se fue Bermúdez. El mismo que en una ocasión se armó de valor y le dijo a Duarte
–quien le reclamó airado los crecientes índices de violencia—“Gobernador, ¿qué no te has dado cuenta?… ¡hay mucha hambre allá afuera!… ¡esa es la principal causa de la inseguridad!
Se fue Bermúdez. Y Duarte lo ha dejado solo.
 
 

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